El ahorro y la educación financiera en Latinoamérica

“Mientras puedas, ahorra para la vejez y la necesidad, porque el sol de la mañana no dura todo el día”. Benjamín Franklin.

Ahorrar no debe ser solo para para preparase para tiempos más difíciles, sino también para asegurarse un futuro mejor. Un mayor ahorro permitiría un mayor crecimiento de América Latina. Por ejemplo, Asia ahorra un 33,7% de su producto interno bruto (PIB) mientras que el ahorro en el continente latinoamericano llega solo al 17,5%.

América Latina se enfrenta a un fuerte problema con el ahorro. Por ejemplo, menos de un 50% de los trabajadores latinoamericanos contribuyen económicamente para la jubilación, aumentando el riesgo de un mayor porcentaje de personas mayores en situación de pobreza.

Reservar dinero para la jubilación, para la educación de los hijos o para comprar un automóvil o una casa puede ser lo más normal para cualquier ciudadano en Europa o Estados Unidos, pero si damos un vistazo en América Latina, esta práctica está reservada a unos pocos. En efecto, solo dos de cada cinco latinoamericanos ahorran y la mayoría lo hace en circuitos informales.
Esta realidad, unida a que cerca del 40% de los habitantes de la región se encuentra en situación vulnerable, debería generar gran preocupación. Y la razón es simple: como estos ciudadanos no cuentan con los ahorros suficientes, tienen un alto riesgo de caer en la pobreza si enfrentan una adversidad económica, como la pérdida de trabajo, el fallecimiento de un familiar o una emergencia médica.

Los bajos índices de ahorro en Latinoamérica reducen las aspiraciones de fortalecer a la creciente clase media y también suponen un freno para la reducción de la pobreza porque impiden la acumulación de activos, lo cual conduce a una mayor vulnerabilidad ante eventos adversos y a menores niveles de inversión.
¿Por qué ahorramos tan poco? En buena medida, por falta de educación financiera. Aunque en los últimos años se han registrado avances, por lo general los latinoamericanos debemos mejorar las habilidades y actitudes para gestionar las finanzas personales. Por ejemplo, experimentos realizados en varios países de África, Asia y América Latina han demostrado que el uso de productos de ahorro programado y dirigidos hacia el logro de metas específicas (educación de los hijos, compra de un electrodoméstico, entre otros), acompañados de programas de educación financiera innovadores, no sólo han generado incrementos importantes en los niveles de ahorro, sino que también han propiciado mayores niveles de inversión en salud, educación y bienes durables para las familias.

Informes han revelado que los grupos poblacionales con menos capacidades financieras y de ahorro son aquellos con un nivel educativo bajo; residentes en zonas rurales; los jóvenes, y los adultos mayores. Por el contrario, las mujeres cabeza de familia y los hombres de entre 40 y 50 años —con empleos formales— son los más hábiles a nivel financiero.
Aunque el ahorro está supeditado a los ingresos, también es cierto que existen diversas herramientas financieras que permiten ahorrar pequeñas cantidades de dinero mes a mes.

Está comprobado que un mayor acceso al sistema financiero puede impulsar la creación de empleo, incrementar las inversiones en educación y ofrecer herramientas para que los más pobres gestionen sus recursos de forma más eficiente. Se calcula que si el acceso a los servicios financieros subiera un 10%, los países podrían reducir de forma significativa la desigualdad. Paralelamente, un aumento del 10% en el crédito privado podría reducir la pobreza hasta un 3%.

En cuanto al acceso a los servicios financieros en la región, difieren en función del género, el nivel educativo y la edad. Sólo el 35% de las mujeres de América Latina tiene cuenta bancaria, mientras que en el caso de los hombres este porcentaje asciende al 44%. En contraste, a nivel internacional, el 47% de las mujeres y el 55% de los hombres tienen cuenta en algún banco.
Por otra parte, aunque la brecha entre ricos y pobres en cuanto a titularidad de cuentas bancarias se redujo en los últimos cinco años, siguen existiendo diferencias importantes. En el 40% de los hogares más pobres de América Latina, dos de cada cinco adultos tiene una cuenta, mientras que en el 60% de los hogares con mayores ingresos, tres de cada cinco adultos están bancarizados.

El conocimiento que los ciudadanos tienen tanto de las finanzas personales como de las más generales es el reflejo del nivel de desarrollo de la sociedad. Por eso, para que Latinoamérica logre equipararse a las regiones más avanzadas es preciso mejorar nuestra educación financiera.

 

Dr. Ronny González, Ph.D.

Noviembre 11, 2019